lunes, 9 de noviembre de 2009

NOCHE BUENA

Por Jesús Vargas


Te acordarás de mí porque, en la vida, la sentencia de amor, la sentencia de amor, nunca se olvida; No pensaste, ni un momento, vida mía que la vida sin ti no la quería…

-Permitamos que Javier Solís inunde con boleros el departamento-. Dije luego de programar el equipo de sonido para que el disco se repitiese hasta el cansancio.
-¡Te preparé chilaquiles mmmh…! Como a ti te gustan y... ¡sorpresa!-. Le muestro dos Nochebuenas escarchadas.

En diciembre, la llevè a Guadalajara, donde expuse a los tecos mi “Teoría de la fascinación” aplicada a la mercadotecnia.
En el hotel, luego de la conferencia, puse en práctica mi aporte académico a la humanidad, pero en el ámbito de las artes amatorias, al tiempo que nos ponìamos una borrachera marca diablo con cerveza Noche Buena que, a decir de ella, es de lo mejor que se produce en este país (después de mí, por supuesto).

Ahora, en pleno verano, conseguí una caja de ellas; Le ofrecí una, las chocamos…
-¡Por una noche buena!-. Brindé con picardía.
Antonia, sin responder, bebió a pico de botella hasta la última gota.
Admirado por el juego de garganta, la actitud bronca y, su necesidad de hablar inexplicablemente reprimida,, apenas atiné a preguntar: ¿Ya sirvo la cena…?

Ella fue mi alumna durante sus dos primeros semestres en la universidad, está por concluir el cuarto.
Un buen día tomaba el vomitivo, que me venden por café exprés, en la cafetería del campus cuando fui sorprendido por un beso en la nuca:

-Profe, tienes tiempo para una buena cogida-. Murmuró a mi oído.

Al intentar una reacción de “hombre de mundo”, sereno ante la propuesta de la “mocosa”, puse en mi boca la parte encendida del cigarro... ¡Ay! me ardió hasta el ano.

Aunque nadie lo cree cuando lo cuento, mi boca no se quiso abrir porque aún guardaba el buche de café que no escupí por guardar la dignidad magisterial, así que las brasas se estrellaron directo en mis labios. ¿Cómo puede un cuerpo ser tan estúpido, para llevarse algo a la boca, sin tragar primero lo que la tiene ocupada?

Alguna convulsión de mi humanidad maltratada le hizo decir, aún a mi espalda:
-Cálmate, soy mayor de edad y mis “papis” viven en Torreón-. Volteé para dispararle ráfagas de odio. Al verme se percató de que mis labios se encontraban hinchados y a punto de reventar.

Ruborizada por lo que había provocado tomó mi mano, me condujo por los pasillos a la enfermería, donde tomé un antiinflamatorio y embarraron mi boca con una pasta de sabequé para aliviar el ardor; Con una sonrisa compraperdón colocó en mi lengua una trufa de chocolate que sacó de su espantosa gabardina negra.

Luego de tan bochornoso incidente, le pedí a la Juana, aprendiz de escritora y mi eterna enamorada, las llaves de mi departamento para ponerlo en manos, ahora, de este bello ejemplar norteño.

Ese fue el final de la relación màs duradera que habìa tenido y el inicio de mi reputación como “asaltacunas” en la Universidad.

-¡Estoy embarazada!
Ahora sí escupí la cerveza… Y sobre la sartén con los chilaquiles verdes cubiertos con crema, rebanaditas de cebolla, queso gratinado y… espuma amarga.

-Me da mucho gusto-. Dije tartamudo.
Por más que intenté conservar la imagen, que tanto me costó fabricar, de hombre sereno, inconmovible, las piernas no respondían; Así, con la excusa de mi cochinada opté por tomar aire de la calle.

Con cariño y con mi mano en su vientre:
-Regreso enseguida, voy al puesto de la esquina por algo, porque si ves el aspecto de la cena se te adelantan las náuseas.

Al entrar, descubrí dos envases más de nochebuenas vacíos…
…Sabrá Dios, uno no sabe nunca nada. Decía Javier al momento en que mordíamos las tortas de pierna que doña Chole prepara con más grasa y cebolla que carne.

Antonia fue por otras frías y desde la cocina soltó:
-¿Quieres que lo tenga?
-Bueno, siempre he querido un hijo, claro que sí.

Apuró su cuarta chela y con voz ahora dulce, como es habitual en ella, susurró a mi oído las mismas palabras de aquella vez en la cafetería y, añadió luego de besarme la nuca
–Hoy, mi vida, es nuestro primer aniversario.
¨-¡Trágame tierra, párteme rayo! –
Y como complemento a tales execraciones, balbuceé -¡Perdón cielito, con este fin de cursos, los trabajos, calificar los exámenes… perdón, perdón! Me hace tan feliz un hijo mío en tu pancita, te amo, te amo-. Humilde y avergonzado sentencié -¡soy una mierda!.

Con una señal me pide guardar silencio, toma mi mano, me conduce a la recámara.

-¡Vamos a jugar!-. Dice coqueta.
Seductora, me tumba sobre el colchón, baja lenta sus pantimedias y con ellas ata mis manos a la cabecera; Con dos de mis corbatas, los tobillos a las patas de la cama; Obscena, levanta nuevamente su falda morada para deslizar por sus piernas largas una braga minúscula que toma de entre sus tobillos y, con sumo cuidado, la enrolla para luego meterla en mi boca; Después, con otra corbata completa la mordaza.

La situación es incómoda pero excitante. Yo me dejo hacer en compensación por el olvido y por el hijo.

Sale de la recámara para regresar un minuto después enfundada en su espantosa gabardina negra (la de la primera vez), con una botella de tequila en la mano izquierda y el cutter, que suelo guardar en el escritorio, en la derecha.

Alterna un trago del licor con un corte en mis pantalones vaqueros recién comprados.
La oscilación del acero entre sus manos ebrias me hace sudar como maratonista en el kilómetro treinta. Mis “jeans” se han tornado en falda hawaiana. Con un corte, que parece estudiado, hace saltar la trusa y pasea, divertida, la navaja sobre mis genitales.
Con los ojos intento decir que es suficiente, que mis piernas están llenas de excoriaciones, pero sorda a la mirada suplicante, comprueba el filo cortando la pequeña trenza fabricada con vello de mi escroto. No supe, hasta este día, que tenerlo parado y estar aterrorizado, además de rimar, son dos eventos que pueden suceder de manera sincronizada.

Se te olvida que hasta puedo hacerte mal si me decido… canta Solís como presagio poco estimulante.

-Siempre has querido un hijo-. Pronuncia con dificultad.
-... lo sé, lo expresas con frecuencia... lo que nunca dices es “te amo”... excepto hoy que te sientes culpable.

Trato de liberar mis manos, mas desisto al sentir la presión de la navaja bajo el ombligo.
-¡No te muevas porque te corto! … Al principio sólo quería divertirme contigo, luego te admiré, fui feliz al verte entusiasmado con el libro que escribías y que hace meses sigue en la página sesenta, sentí orgullo cuando me identificaban como tu pareja o tu amante… da igual…

Hizo pausa. Abrigué la esperanza de que todo terminaría en una profesión de amor del tipo que ella refería procaz como mi dosis de proteínas. –Es sólo la peda - me repetía para ahuyentar el miedo.

-Olvidé quién era y qué quería para adivinar tus pensamientos, para estar a tu altura, a pesar de que siempre censuraste mis ideas, mis amigos, mi música. ¡Mírate ahora!... apático, amargado… mediocre. Lo peor... lo peor es que hace tiempo no me siento mujer contigo… ¡No te muevas! … Ves, ya te corté-.

Vertió tequila sobre la herida y, ajena a mi dolor, continuó:

-Mírame, yo me fui de casa para no repetir la historia de madre, mis hermanas, mis vecinas y llegué hoy, aquí, para celebrar el primer año de sometimiento: esperaba una invitación a bailar o una buena cena con vino, velitas y violines…

Pareció desmayar pero cobró fuerza.

-Estoy vacía, siento un huequito aquí, en el pecho, y aquí-. Se tocó el vientre.-¡No estoy embarazada! … ¡Jamás te daré un hijo!, Me desembarazo de ti…!Adiós!


Mi llanto competía en abundancia con el sudor. Luego de varias horas, cuando pude soltarme, supe que todo tipo de secreciones estaba allí, menos una.

Luego de ducharme por más de una hora abrí mi correo electrónico. Una importante editorial me invitaba a la presentación del libro Cuentos de Madrugada, de la “reconocida escritora” Juana Novoa.

Esa madugada, Antonia, salió rebotando en las paredes, llevaba a cuestas su horrible gabardina negra y, antes de dar el portazo, gritó sobre las primeras notas de Payaso:
- ¡Ah, que tengas noche buena!..

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