domingo, 27 de febrero de 2011

Las metáforas de mi “cochinito”

Desde el sentido común y desde buena parte del pensamiento ilustrado, hablar de metáfora es hablar de palabras mayores; me explico, se piensa que la construcción metafórica es un don divino o un privilegio de cofrades, iniciados en crípticos laberintos del lenguaje, magos de cuya chistera brota la imagen imparafraseable, maravillosa y sorprendente, que explica y significa más que la mejor descripción posible… tal vez la metáfora es la mejor descripción posible.
Sin embargo, se equivocan. Salvo alguna objeción de Chomsky, de algún otro lingüista famoso o de mi directora de tesis (así sí me retracto). El empleo de tropos parece ser una de las modalidades más elementales, primarias e ingenuas para apropiarnos del mundo: miramos nuestro derredor y nos percatamos de que, en muchos casos, la palabra empleada para nombrar actos, cosas o atributos se fijó en la lengua, después de ser una expresión connotativa que establecía alguna relación de semejanza o contigüidad, como lo hacen la metáfora y su parentela de tropos (onomatopeyas incluidas, aunque resulte discutible la clasificación de esta figura), entre algún objeto de referencia y el ahora designado; otrora construcciones metafóricas que se fijaron en la lengua para establecer la forma ordinaria de relación entre el signo lingüístico y su referente actual. Ejemplos de estas expresiones hay por carretadas, enuncio diez, sólo por entrar en la convención decalógica:
El ojo de la cerradura (la palabra ojo es en sí misma un caligrama análogo), (y el paréntesis anterior contiene una tautología)
Los huevos estrellados
La falda de la montaña
Las patas de la mesa
La cabeza del clavo
Clavo la cabeza (sí, sí es albur)
Se me puso la carne de gallina
El aguafiestas
¡Qué víbora es!
Lavar el cerebro
Tímpano
Menisco
Grano o erupción (en la piel)
¡Upss! Me pasé de diez, `ora sí que al que le falten palabras, que le sobre una metáfora (quien quita y, a la larga, se la regresen como sustantivo).
No escribo esto como especialista en la materia, no poseo ni diez centavos de teoría lingüística; escribo desde la experiencia como padre de un chico de cuatro años.
Él, a menudo se explica lo que le resulta sorprendente, nuevo o desconocido mediante expresiones como “la luna es la lámpara de la oscuridad”; también empieza a incorporar imágenes, de manera consciente, en su habla cotidiana: hoy, por ejemplo, traje a casa una docena de coricos -panecillos hechos con maíz, de forma circular, considerados tradicionales en el Estado de Sonora-; dijo mi cochinito luego de consumir la mitad de uno: “mira papá, voy a morder el arco iris”.
Consciente de la probable comisión de ignorancia supina, concluyo con dos hipótesis: primera, la lengua nació en forma ideográfica, figurativa, metafórica, no sólo convencional; segunda, la metáfora es cosa de niños.
Nos vemos otro día, voy a echarle un ojo al cochinito, que anda solo en el porche...

viernes, 18 de febrero de 2011

Ubú presidente

(Alfred Jarry estrena Ubu Roi en 1896. Construido bajo la influencia del Simbolismo, con recursos estéticos del grotesco, Jarry diseña al protagonista, Padre Ubú, como paráfrasis del personaje Macbeth de la tragedia de Shakespeare, sólo que llevado al absurdo; establece, también, un paralelismo fársico con la anécdota original cuyo eje discursivo es el poder, especialmente el que se obtiene a partir de la traición y luego se ejerce con tiranía, torpeza y cobardía. La primera palabra que se escucha en la obra es "merdra")
Tenemos un planeta que, ya por razones antropogénicas, ya por causas ajenas a los humanos, sufre cambios, cuyos efectos amenazan las formas de vida, tal y como las conocemos hasta ahora. Desde la razón surgen tesis de desarrollo sustentable basadas en el uso racional de la energía y los recursos naturales, en oposición al principio de “libertad” para consumir la oferta irracional del mercado. Sin embargo, el fenómeno de la Globalización, con su instrumental inédito en el terreno de la tecnología y las comunicaciones, se ha consolidado sobre la base de una economía de mercado transfronteriza, que se impone sobre cualquier otra racionalidad o tradición cultural, mediante el ejercicio del poder en las formas más violentas imaginables o, en el mejor del los casos, mediante el bombardeo mediático a las culturas regionales con los nuevos mitos y el fortalecimiento de los aparatos represivos, por si acaso…
Hosni Mubarak y Muammar Kadafi, en Egipto y Libia respectivamente, son los ejemplos más notorios del momento (no los únicos).
Los Estados han perdido el rol de garantes del “Contrato Social” para operar, ahora,como correa de transmisión de los intereses generados desde un poder económico que no es ya el de las burguesías locales, aunque estas mantengan sus privilegios por el sistema de cacicazgos regionales, como socios de empresas globales o como ejecutores, en las instancias de gobierno, de las políticas civilizatorias del mundo global.
El impacto mayor de la Globalización se aprecia en la merma de soberanía, principal atributo del Estado moderno. Así, tenemos una especie de virtualidad o ilusión de gobierno bajo la figura de “Presidente” en las democracias occidentales en el fin del siglo XX y el principio del XXI. En este contexto se han engendrado jefes de gobierno otrora impensables.
Desde los tiempos de Maquiavelo, Voltaire, Rousseau y Montesquieu o de John Locke y Adam Smith, o con el perfil del político profesional gestado luego de la Segunda Guerra Mundial, figuras que nada tienen que ver con los atributos supuestos para El Príncipe encabezan los gobiernos de diferentes países.
Deudores con los grupos de poder que invirtieron en sus candidaturas, carentes de proyectos de mediano y largo plazo, carentes de competencias políticas y administrativas, carentes de formación intelectual suficiente y necesaria, son vendidos al elector como opción viable frente al desencanto por las promesas incumplidas en el pasado, empleando toda estrategia mediática posible.
Figuras presidenciales, cabezas de Estados, cuya ingerencia en la dirección económica y política de sus países es cada vez menor, parecen destinados a operar las instituciones como gestoras de la globalización en su aspecto económico mediante ls ajustes legales necesarios y como represoras de toda oposición que vaya más allá de los discursos.
Presidentes ligados con grupos de poder económico, todos con discursos populistas y promesas incumplidas, todos con anécdotas denigrantes para su investidura y proclives al autoritarismo: todos, sin ser personajes de ficción, explicables exclusivamente desde el territorio de lo absurdo y lo grotesco.
Silvio Berlusconi y Nicolas Sarkozy basten de muestra por Europa; en América por lo menos cuatro vienen a la mente en automático, más el mexicano.
Jarry no pasaría por crítico cien años después, sino como simple descriptor de la realidad del poder.
Al parecer, el perecer de los humanos es la opción más viable para salvar el planeta.
¡Merdra!